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Un espacio de reflexión y crecimiento personal

¿Noche de paz, noche de amor?

Es difícil el arte de en

contrar equilibrio en la época de las fiestas navideñas

Pareciera que el año va arrastrándose lentamente desde enero para terminar en una carrera vertiginosa hacia el mes de diciembre, en donde muchos nos estamos preguntando, ¿Dónde se nos fue el año? ¿En qué lugar quedaron todas las cosas que pensaba realizar? ¿Dónde, oh dónde, desaparecieron tantas horas preciosas?

Pareciera que en lugar de simplificar nuestras vidas, las terminamos de hundir bajo las presiones de mil responsabilidades que se nos han multiplicado como langostas... y el momento del año que más nos debiera invitar, como cristianos, a la reflexión y a la buena voluntad, termina en un caos digno de un manicomio.

¿Qué podemos hacer entonces?

En primer lugar, recordar que el “invitado de lujo” de la Navidad es quien sufre de nuestra indiferencia y trajín. Es decir, todo gira en torno al nacimiento de Jesús: hay pesebres y pastores y estrellas de Navidad en todos los negocios, pero, ¿dónde está nuestro invitado principal en nuestro corazón? Porque en medio del barullo, perdemos el valor y la importancia de Emanuel... Cristo en nosotros. ¿Habrá alguna otra cosa más importante que festejar?

Porque en vez de reflexión, acercamiento en la familia, sanidad y reconciliación, nos encontramos tomando pastillas para la presión, para las úlceras, para los cuellos tiesos, para los dolores de cabeza... clarísimas indicaciones de que algo estamos haciendo mal. Y andamos malhumorados, agotados, fastidiados, cortos de genio, irritados... ¿continúo con la lista?

Sugiero un par de consejitos para que volvamos a la verdadera razón de la Navidad (que no es empacharse de pan dulces, turrones, maníes y tener gastos excesivos de los cuales nos arrepentimos cuando finalmente nos alcanzan las cuotas de la pobre y estirada tarjeta de crédito...):

UNO. Recordar que Jesús es el centro de la Navidad. Los comerciantes se han encargado muy hábilmente en convertirlo en un gran festejo de derroche. Y si Jesús es el centro, debo preguntarme ¿estoy poniendo a Jesús como centro de mi vida, en el uso de mis fuerzas, mi tiempo, mis prioridades? Durante las Fiestas recordemos con una mezcla de alegría y solemnidad el propósito de la venida de Jesús: a buscar la reconciliación de la humanidad con el Padre Dios. Incorporemos tiempo de cánticos y villancicos, de oraciones, de lecturas y reflexiones que nos recuerden esta realidad en nuestros hogares.

DOS. Recordar que, si Jesús es el centro de la Navidad, su Espíritu deberá reflejar sus mismas cualidades: generosidad, desprendimiento, misericordia y un corazón dador. Más que regalar regalos, ¿qué tal si regalamos una tarjeta con palabras de ánimo, un abrazo, una visita a quien se encuentra solo, un saludo... solo con la idea de repartir un poco del gran amor de Jesús? Es tan fácil que nuestros mismos hijos se llenen del espíritu del “dame, dame” en lugar de “te doy, te doy”. Nosotros los adultos seamos ejemplos en el espíritu del dar, y enseñemos a nuestros hijos a dar: es más, ¿por qué no planear algunos regalos todos juntos en familia para personas carenciadas en nuestras comunidades, y las alegramos con un bolsón de amor y regalos?

TRES. Haz todas las cosas navideñas con la mayor anticipación posible. Si bien puede ser

emocionante salir corriendo a último momento entre las multitudes a comprar desesperadamente (y volver con el estrés más alto que el monte Aconcagua), ¿por qué no hacemos una lista y hacemos las compras necesarias cuanto antes? Y evitaremos también gastos innecesarios y excesivos. ¡A echar un baldazo de agua fría a nuestros impulsos y apurones!

CUATRO. Y cuando llegue la Nochebuena, que nos encuentre en paz, dichosos, agradecidos, y presentes en el festejo. ¡Estamos celebrando el nacimiento de Jesús!

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