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Un espacio de reflexión y crecimiento personal

LA VIDA: UN FUEGO PARA ENCENDER


Francois Rabelais, un escritor francés, escribió lo que se ha convertido en una de mis frases más desafiantes: “El niño no es un vaso que llenar sino un fuego que encender”.

Y pensándolo un poco, podemos descubrir cuán ciertas son sus palabras. Nos pasamos la vida intentando llenar nuestras vidas de cosas, actividades, viajes, relaciones.... como que nuestras vidas alguna vez se pueden llenar de alguna cosa, como si alguna vez el ser humano llegue a decir: “Tengo todo lo que me hace falta”. Sin embargo, nuestro buen amigo Rabelais nos inspira a mirar las cosas desde otra óptica: que la vida no es algo para “llenar” sino un fuego que encender.

Reflexionando en mis hijos, soy testigo: ¡Pueden ser insaciables! Les compro el último MP4, pero apenas salgo del negocio con mi compra, ¡ya salió el MP3200!, lleno de muchos más apps y servicios que mis hijos “deben” tener. El teléfono celular, más que un medio de comunicación, se ha convertido en mi organizador personal, mi agenda diaria, mi pulmotor a la existencia moderna. “¡Todos los demás lo tienen, mamá!” son las palabras extorsivas de los adolescentes.

Y así con cada área de nuestra vida moderna. ¡Más, más y más! ¡Es para arrancarse los pelos y salir corriendo con la desesperación ante este monstruo consumidor, insaciable y presente en nuestras familias! Y como dijo mi médico una vez: “Sabemos lo que enloquece a la gente, pero no sabemos como des-enloquecer a la gente”. ¡Más claro echen agua!

Pero pensar en que mi hijo, y para ampliar el tema, que la gente, que los demás, son un fuego para encender, ¡es un buen desafío para tener en cuenta! Y lo traduzco al idioma de todos los días: Si mi esposo está desanimado, necesita una palabra de ánimo. ¡Vamos todavía! Si mi hijo está desorientado, puedo conversar con él y buscar despertar en su vida sus dones, sus talentos, capacidades. ¡Dale que puedes!

(Esto me recuerda a dos personas conversando. Uno le dice al otro: “¿Sabías que solo usamos el 10% de nuestra inteligencia?” Y el otro contesta: “¡No me digas! ¿Qué se hará con el 60% restante?”) ¡Cuánta inteligencia dormida, y apagada, hay en la gente!

Encender el fuego es no cargar con los líos de los demás, sino más bien, comunicarles que hay esperanza, que hay propósito para sus vidas, que hay mucho más por conquistar, y que sí, aunque haya tropiezos, ¡podemos levantarnos y seguir! Mas bien el fracaso comienza con una manera de pensar, que resulta en una manera de actuar.

O sea... tenemos que convertirnos en encendedores de fogatas. Si las brasas de mi amigo, de mi vecino, de quienes me rodean, se está apagando lentamente, ¡tengo la posibilidad de soplar una palabra de aliento! (Pero no caigamos con el matafuegos y lo terminemos de apagar con palabras hirientes y desalentadoras... porque reconozco que sí, hay “personas matafuegos” que tienen el d.o.n. (“De orden nocivo”) para desalentar.

Me pregunto. ¿Cuántos proyectos y sueños están allí escondidos en esas brasitas que se están

apagando? ¿Cuántas carreras, cuántas soluciones, cuánta creatividad, quedan entre las cenizas? A un niño se le murió su canario, y le preguntó a su mamá: “Mamá, ¿a dónde se fueron sus canciones?”

Que las siguientes palabras se conviertan en nuestro léxico de todos los días: “Vamos, querido, no pierdas fuerzas.” “Hijo, ¡qué capacidad que tienes! Todo te va a salir bien.” “Amigo, no aflojes, hay muchas cosas buenas a la vuelta de la esquina si no te desanimas.” “Vamos, estoy contigo.”

Porque mi pequeño soplo de vida puede marcar la diferencia. ¿Te sumas al club de los encendedores de fuego?

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