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Un espacio de reflexión y crecimiento personal

Un cartel absurdo: una lección práctica


Me encontraba paseando por mis hermosas sierras cordobesas, disfrutando con mis hijos pequeños en un parque infantil. Encontramos un lugar en donde había que colocar fichas para determinados juegos de niños, en donde todo se hacía automáticamente. Uno colocaba la ficha, y el trencito comenzaba el recorrido. Se colocaba otra ficha, y uno entraba a un pelotero gigante. Y así.

Repentinamente, vi un cartel frente a uno de los juegos, lo cual me causó gracia, y me hizo llamar a mis chicos para señalarlo y reírnos un poco. El cartel decía: “Si usted no sabe leer, pida ayuda para activar el juego.” ¿Cómo es eso? Si sé leer, puedo pedir ayuda. Pero si no sé leer... ¿cómo sigo las instrucciones? Era un cartel absurdo, ¿o no?

Y me puse a pensar en la cantidad de veces que exijo... ¡lo que no se sabe ni se ha explicado! Muchas veces he solicitado tal o cual cosa… sin asegurarme si la otra persona ha entendido y sabe corresponder a mi pedido. Y esto sucede con mis hijos, con mi esposo (¡que ni bola de cristal tiene para adivinar mis pensamientos e intenciones!)...y aun a otras personas.

Cuántas veces exigimos sin capacitar, sin haber educado, sin haber dado las herramientas para solucionar problemas. Y me hace pensar que debo trabajar mucho más en la formación de los que me rodean, comenzando por mi propia familia.

Enseñar con el ejemplo los buenos modales... y explicarlos todas las veces que haga falta. Los buenos modales no son instantáneos, sino producto de un proceso de vida. Los buenos modales me ayudan a superar el mal trato, la grosería, las palabrotas y las “malas ondas” que nos rodean. En medio de todo esto, soy cortés, soy amable...y eso es lo que quiero comunicar con mi ejemplo.

Enseñar a cómo se hacen las tareas domésticas. Cuando yo me casé, ¡ni hervir agua sabía! Y lo que no se aprendió en los años tempranos, cuesta mucho más después. ¡Ven que te enseño a tender una cama! ¡Ven, te enseño a cocinar! ¡Vamos, te enseño a andar en bici! ¿No sabes usar el microondas? Ven que te enseño. (¿Por qué será tanto más fácil exigir que ponernos a la par a enseñar?)

Enseñar con mi ejemplo el trato con los demás, con el verdulero, el carnicero, el empleado...enseñar a cómo tratar a un cónyuge, a una anciana, a los parientes. ¡Primero el ejemplo, luego la enseñanza!

Enseñar a los nuestros a tratar con las emociones negativas. Cuando mis hijos tienen malas experiencias, debo enseñarles cómo es el ser humano en su naturaleza. Les hablaré de la envidia, del enojo, de los celos... porque yo misma los vivo y los enfrento a diario. Me pongo a la par de los míos para enseñarles con mi propia vida. (¡Y de paso, cañazo! Tengo que siempre estar trabajando en mis propias mañas...)

Enseñemos a dar. No damos ni porque nos sobra, ni por lástima (no sería respetuoso al otro) ni por presión. El dar es una decisión sobria, espiritual y parte de nuestra vida cotidiana. Mis hijos aprender a dar...porque me ven dar a mí con sabiduría y responsabilidad. Mis hijos aprenden a ser generosos porque yo misma tengo actitudes generosas. Pero sí, les enseño a no ser impulsivos ni imprudentes, sino a considerar todas las acciones.

Enseñar que la vida es una vida de desafíos...pero no un agobio, una carga, un peso muerto colgado del cuello. ¿Qué actitud transmito a los que me rodean? ¿Una actitud ágil, viviente, real...o un velorio a largo plazo? Y qué es la vida sino un continuo aprendizaje y una continua enseñanza...

Comencemos primero por casa. La palabra “educar” significa en parte “sacar fuera”. Debo trabajar en sacar fuera lo mejor de los demás, sacar esa semillita de esperanza, ayudarla a florecer, sacar a relucir los dones, los talentos...porque…porque yo estoy para enseñar y ser ejemplo en primer lugar.

No sea que terminemos como carteles absurdos. ¡Claro que no! Seremos carteles vivientes de un mensaje claro y alentador.

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