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Un espacio de reflexión y crecimiento personal

ENCAMINADOS HACIA LA BUENA COMUNICACIÓN...CON NUESTROS HIJOS


Amar a alguien comienza con respetarlo. Por eso, cuando el amor se enfría, ¡aparece la falta de respeto! Pero pocas veces consideramos cómo respetamos a los demás, comenzando con nuestros seres queridos...Hay quienes tratan mejor a su canario, a su gato... que a sus seres queridos. ¡Qué cosa! Entonces, el respeto es la clave segura de mantener la relación firme con los demás.

Pero en cuando a nuestros hijos, ¡cuán fácilmente perdemos el respeto! Y en el momento menos pensado, terminamos a los gritos, a los escobazos, a los portazos...aun cuando los amamos de todo corazón. El mismo mandamiento de Jesús a sus discípulos: Y éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo os he amado (Juan 15:12) es el mandamiento para nosotros como padres. ¿Nos ven nuestros hijos como ogros y Dráculas? Si es así, es tiempo de reflexionar en que el camino al diálogo es el respeto profundo y la buena comunicación. ¿Qué piensas de tus hijos? ¿Qué son molestosos, agobiantes, hartantes? ¿Qué te arruinaron la vida? Y una de las maneras en que se lo comunicamos así a los hijos es por no escucharlos, al no aceptar sus emociones, sus alegrías y tristezas. Y otra manera es avergonzarlos, sea a través de la burla, la ironía, indicando la desaprobación hacia el hijo mismo. La buena disciplina corrige la conducta del hijo, pero nunca avergüenza lo que el hijo es.

Como papás cometemos algunos errores tales como:

Mandonear y dar órdenes. Más bien solicitemos la tarea con respeto, (diciendo “por favor” también)...y si no cumple con la tarea, recién intervenir con una disciplina.

Amenazar.

Sermonear, “espiritualizar” o comparar con otros hijos “más buenitos”, sean los del vecino o los propios.

Dar consejos innecesarios.

Criticar, juzgar, echar culpas, avergonzar, ironizar.

Interrogar y presionar para sacar información.

¿Qué caminos se puede tomar, entonces, para mejorar la comunicación con nuestros hijos?

Escucha, escucha y escucha. Prestar atención no es decir “ajá” con la plancha en la mano o la carne en el sartén, sino escuchar con suma atención: luego comunica que lo has escuchado a tu hijo, diciendo cosas como: “Me doy cuenta que estás triste...Qué duro el problema que estás viviendo… Qué bueno que me cuentes lo que estás viviendo....”

Permite que tu hijo hable todo lo que tenga que hablar, sin condicionar lo que está hablando, sin buscar “arreglar” el problema, sin guiar la conversación hacia lo que creas conveniente. ¡Deja que tu hijo sea el personaje principal de la conversación! Y no tengas miedo de las emociones de tu hijo. ¡Mejor es que encuentre con quien conversar en casa!

Expresa tu afecto a tu hijo de manera continuada dentro del hogar, sea con palabras, mensajes, regalos, mimos y abrazos.

Más que dar consejos ante los problemas, ayuda a tu hijo a explorar sus propias soluciones. (Cuando damos consejos que el hijo no desea recibir, podemos provocar resentimiento). Ayúdale a conversar sus ideas, sus posibilidades, las decisiones que él está confrontando, a expresar que estás interesado en lo que él está viviendo.

Todo comienza con el respeto. Aceptar y recibir profundamente a nuestro hijo nos permitirá escucharlo desde el corazón, aceptar sus emociones, ayudarlo a encontrar sus propias respuestas y nos abrirá la puerta hacia la buena comunicación: a tener hijos agradecidos y desafiados hacia la vida. ¡Qué mayor alegría podemos tener como padres!

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